sábado, 18 de junio de 2011

La Carta (primera parte)

Extendió la mano mientras miraba la profundidad de los ojos de él. Sintió el sobre que suavemente le depositó en la palma, con una frase corta: “Lo mismo que vos pensás, pero en mi idioma”.
Y se quedó tan sorprendida que ni siquiera pudo detenerlo cuando lo vió partir con paso firme y rápido. “Para esto me llamaste?” pensó mientras buscaba un banco vacío en esa placita llena de juegos y niños.
Hacía ya mucho tiempo que no leía una carta escrita de forma tradicional, en papel y con una lapicera. Era doblemente extraño haberla recibido de alguien con quien durante meses habían intercambiado mails. Hace menos de un año él era sólo un nombre dentro de una red social a la que ella había entrado por curiosidad y aburrimiento. Ni una foto, sólo esas frases ingeniosas que todos los días la hacían volver con renovado interés, y ese nombre singular que la desconcertaba.
Hasta había recurrido al diccionario para saber si “pantagruélico” era una palabra real. Curiosidad, y más curiosidad…. A qué tipo alocado se le ocurriría llamarse “Pantagruélico”? Sabría él lo que significaba?
Y así, con los saludos de siempre, y las preguntas de rutina, en poco tiempo se formó una amistad tan simple como estrecha.
Los mismos horarios, los gustos similares… Esas coincidencias que como piezas de un rompecabezas fueron armando una historia. Y luego las confidencias y las expresiones cada vez más cariñosas. Y de ahí la necesidad de la cercanía… ya no bastaban las palabras, las expresiones que por más intensas que fueran eran simples letras en un monitor. Las llamadas de teléfono, la voz tranquila que sabía darle los buenos días cada mañana y ya no desde un chat.
El encuentro, las miradas, las manos tan apretadas que no se podía saber cuál era de quién…
Todo, todo eso parecía derrumbarse de golpe, así tan simple como empezó. Y la carta…. Jugueteó un rato con el sobre entre los dedos, no quería abrirla…. En el mismo espacio de su corazón, el miedo y el amor se disputaban un lugar.


miércoles, 4 de mayo de 2011

Fragilidad

Quedate aquí, yo te cuido... te escondo... te rodeo de colores inventados... te traigo un poquito de aire de vez en cuando...

Te muestro paisajes y te cuento historias, te entretengo con detalles que ni sé si serán ciertos.

No te muevas... no hace falta que te estires, no recuerdes, no pienses, no sientas... no sufras!

Espera, no te asomes... no ves que podrías hacerte daño?! no escuches..., no entiendas..., no respondas esa mirada!

Vuelve!! vuelve CORAZÓN! no te lances al vacío de nuevo! NO VUELVAS A ENAMORARTE...!

Reencuentro


No hacía falta aclarar nada, él estaba ahí. Después de tantos años y de tantas veces de escuchar “un día que ande por ahí paso”, por fin estaba en la puerta.

Su voz en el celular sonaba tan enérgica y firme como siempre “estoy frente a tu casa”. Nervios, alegría, miedo… cuantas sensaciones juntas tan conocidas pero casi olvidadas.

No hacía falta decir mucho, ese abrazo, ese beso en la mejilla como un respetuoso saludo de amigos que no se han visto en años. Y en la mirada esas preguntas que ella  quería hacer y no se atrevía: “te acordás? Ahora qué sentís?” Y no hacían falta, él estaba ahí, cerca.

Qué mejor manera de convencerse que era real, que todos esos recuerdos no habían sido fruto de su imaginación. Cuántas veces en silencio había llorado esa ausencia que ella misma provocó. No podía creer que aún cada gesto y cada mirada resultaran tan familiares.

La conversación esperada, “qué hiciste?” ; “tenés fotos de tu familia?”;“qué bien!” ;“me alegro”; y esas ganas de gritar el arrepentimiento que durante años había transformado su vida en una experiencia dura, triste, vacía…

Ella se sentía feliz de verlo nuevamente, qué breve son los minutos cuando llevan tanta dicha. Sólo faltó el beso, ese beso que sus labios no se atrevieron a pedir, ese beso que hubiese despertado todo el deseo que estaba aprisionado bajo un bloque grueso y frío.

Y la partida, con ese paso tan propio de su chispeante personalidad. El gesto con la mano, la sonrisa amplia… y en su mente la frase tan repetida “Bendito ICQ”.

miércoles, 27 de abril de 2011

Zapatillas

Hoy me acordé de tus zapatillas oscuras… esas que usabas cuando salíamos a caminar y que nunca supe si eran negras o azules.
Yo las miraba como distante cuando nos sentábamos bajo algún árbol. Vos extendías las piernas y las cruzabas, empezabas a mover  la punta del pie izquierdo rítmicamente mientras me contabas cosas que yo escuchaba encantada. Mi mano abandonada a las caricias de las tuyas, suelta y totalmente entregada, con la misma confianza con que apoyaba mi cabeza en tu hombro y te escuchaba, mientras… miraba tus zapatillas.
El tiempo fue pasando y las zapatillas oscuras fueron reemplazadas por unas blancas, luego otras y otras … Con la lógica natural de las cosas que se gastan por el uso y el paso  del tiempo. Nunca perdiste la costumbre de mover el pie de un lado a otro mientras hablabas y siempre mi mano apretada entre las tuyas mientras te escuchaba.
Las caminatas más breves, los pasos más lentos… las zapatillas más gastadas y nuestras manos más arrugadas…
Hoy como todas las mañanas miré tu foto, cebé unos mates que tomé a solas y me acordé de las zapatillas oscuras… Hoy te extraño más.

martes, 26 de abril de 2011

A primera vista

         Te miré, me miraste, hubo una chispa de atracción y nos sonreímos.
           El conductor de aquel auto giró su rostro impactado por tu sonrisa y no me vio…
           Hoy morí por amor.

Instante y despedida

Y al abrir los ojos , húmedos aún por el llanto, comprendí que te marchabas definitivamente.
Ya no tuve fuerzas para llamarte, y pronuncié tu nombre sólo en mis pensamientos.
 Lo sorprendente y casi inaceptable  fue, que  al mirarte a la cara supe, que hacía mucho tiempo que te había dejado ir.

jueves, 17 de marzo de 2011

Rutina (Última Parte)

Miguel metió la mano en el bolsillo del saco para sacar el celular y ver la hora; de pronto sintió la tarjeta que había guardado el día anterior… “Uyyy, el cumple de Mónica!!! Y yo me tenía que encargar de comprar las flores!!!” Cuando había que agasajar a alguien en la oficina, él era el encargado de llevar las flores y ponerlas en el escritorio, “vos siempre llegás primero que ninguno…”
Apuró la marcha hacia la plaza, el puesto de flores de ahí abría temprano y seguro hay taxis cerca. Mientras caminaba sacó la billetera para preparar el dinero y demorar menos y al levantar la vista vio a unos metros a una mujer con equipo deportivo, hermoso cabello ondulado atado en una cola de caballo, un lindo cuerpo algo disimulado por la amplitud de la campera y una sonrisa brillante… Por un instante sintió como si no respirara… le llamó la atención  la forma de caminar, ligera y alegre… el gesto distendido y la mirada penetrante, de pronto se encontró observando detalles de las manos en los bolsillos…, el pantalón algo ajustado… Y sabía que pasaría tan cerca de él que hasta podría sentir el perfume que usaba!
Leticia recordó que tenía un día lleno de “trámites extras” y apuró el paso para poder dar las cinco vueltas a la plaza que le mandó el doctor. Con las manos en los bolsillos, la mirada lejana… y allí estaba ese señor, no tenía nada particular, salvo esos ojos oscuros, esa sonrisa y ese ramo que estaba preparando la vendedora para entregarle… qué buen gusto! Dichosa la esposa que recibiría ese obsequio, y la tarjeta que sostenía en la otra mano… o quizá sean para la novia! No se lo ve con anillo… Y ese gesto optimista al saludar a la florista… “cuánto hace que no me regalan flores….”
Al cruzarse se miraron y la sonrisa mutua fue inevitable. No se habían visto jamás, sin embargo en los segundos que transcurrieron hasta el momento de pasar uno al lado del otro, se habían formado una imagen completa de cómo era cada uno.
El día siguió su marcha y con él las actividades de siempre… rutina…
Miguel en la oficina no podía dejar de pensar en esa mujer, “profesora de educación física seguro!”, tan simpática, enérgica,  alegre! Sobre todo alegre!” Por qué Paula no saldrá también a hacer algo de ejercicio? Siempre encerrada en casa o con sus amigas en alguna reunión…” “por eso debe ser que tiene tan poco sentido del humor… sonríe cada día menos…”
Leticia, cansada de las tareas de la mañana se sentó a tomar un té en la mesa de la cocina. Sentía ese vacío que no podía explicar y las lágrimas le corrían por las mejillas mientras trataba de pensar en “cosas positivas” y sólo le venían a la mente una seguidilla de tareas que hacer en casa y los programas de televisión que veía a diario. Por momentos imaginaba al “señor de la plaza” comprando flores y sonriendo con tanta simpatía. “Por qué Raúl no me regala flores  nunca? Encima siempre anda de malhumor y muy ocupado, ni siquiera para elegir una tarjeta bonita tiene tiempo…” En cambio se nota que “ese señor” es un romántico! Debe tener gestos así muy seguido, y esa sonrisa… se nota que está siempre de buen humor”.
Miguel regresa a casa con paso lento, el cansancio del día más el saber que habrá visitas, lo ponen de un humor tan gris como el de la mañana. Saca el celular, atiende la llamada: “Sí Paula, ya estoy llegando… no, no me olvidé de comprar el vino… ok, sí ya sé tu primo Raúl y su esposa, la que está deprimida… Y bue! No soy idiota!! Pero vengo cansado, tuve un día terrible y encima querés que me haga el contento? Sí… sí ya sé que no lo veíamos hace años a tu primo y sí… no te preocupes, que no soy ningún maleducado… Ya estoy llegando.”
“Hola amor! Miguel, te acordás de mi primo Raúl? Y  su esposa, Leticia”.

domingo, 6 de marzo de 2011

Rutina (Segunda parte)

La alarma aún no había sonado, pero Leticia llevaba ya quince minutos despierta. Con el brazo derecho bajo la cabeza, pensaba en las cosas que haría ese día. Trataba de no hacer ruido, ni moverse, para no molestar a Raúl que dormía profundamente a su lado.
Desde que habían llegado a esa ciudad dedicaba parte de la mañana a recorrer las calles cercanas caminando; iba conociendo los negocios de la zona, los kioscos alrededor de la escuela, algunas oficinas estatales… a su modo de ver, todo lo necesario para los trámites que hicieran falta… Ser organizada y planificar… eso le brindaba cierta seguridad en la vida.
Cuando al fin sonó la alarma se levantó despacio, se vistió y fue a poner el agua para el desayuno. Toda la familia entró en movimiento para partir a sus actividades: los chicos a la escuela, Raúl a su trabajo en la sucursal de un banco.
Apuro, poca charla… los desayunos en casa resultaban un torbellino de  “últimos preparativos”. Leticia se recogió el cabello, se puso las zapatillas que le quedaban más cómodas, buscó una campera (al menos ese día no llovería) y partió con los chicos a la escuela. Los despidió con un beso a cada uno. Sus dos “pequeños monstruitos”, como le gustaba decirles, se dieron vuelta y la saludaron con la mano antes de entrar, sabían que ella se quedaba allí mirándolos hasta que estaban junto a sus otros compañeros.
De allí el camino de siempre, aspirando hondo, se dirigió a la placita que quedaba cerca y apuró el paso para lograr una marcha enérgica que beneficiara sus pulmones y circulación. Cerraba un poco los ojos de vez en cuando para disfrutar con todos los sentidos el momento. El aroma de los árboles, el ruido de los vehículos y los chicos corriendo a clases, la humedad que aún se sentía en la atmósfera y que se pegaba a la piel como una jalea invisible…
El mundo le brindaba la tranquilidad y la felicidad con la que tanto soñó de adolescente, un esposo bueno, aunque los años lo habían convertido en un hombre poco conversador y a veces hasta aislado, unos hijos que le daban un motivo a cada comienzo del día, tranquilidad económica, amistades entrañables… Ella misma no entendía el por qué de esa tristeza que a veces le ensombrecía la mirada y la llevaba a sentir que algo le faltaba a su vida.

miércoles, 2 de marzo de 2011

Rutina (Primera Parte)

Miguel creía que ese día continuaría tal como había empezado. La alarma despertador del celular había sonado insistentemente, pero el sueño fue más fuerte y se despertó quince minutos después. El café a medio tomar quedó en la taza y terminó derramado sobre el mantel al empujarla con el  portafolios antes de salir.  Ya sabía que al volver escucharía las quejas de Paula sobre sus descuidos y “los desastres que hacés por atropellado”.
Un gesto de fastidio le hizo apretar las mandíbulas al comprobar que el colectivo venía lleno y no se detuvo en la parada dejando a muchos pasajeros a la espera del próximo.
En otro momento hubiese tomado un taxi, para llegar en horario. Pero ese día decidió caminar hasta la siguiente parada tratando de relajarse. El portafolios colgando de su mano izquierda, la camisa y la corbata pulcras y en exacta combinación con su saco. El “señor prolijidad” se resignó a llegar un poco tarde ese día. “A fin de cuentas siempre soy más que puntual y el trabajo está al día, Cómo si a los demás le importara….”
Miguel era el típico empleado público que pasaba el día en su escritorio con la computadora, una cantidad interminable de papeles y rodeado de otros empleados. A su edad madura había logrado algunas de las cosas que soñó conseguir en la vida: una familia, un departamento, un trabajo estable y la casi seguridad de una jubilación magra en unas décadas más. Tenía como todos el anhelo de que sus hijos “tuvieran mejor futuro”, que estudiaran y lograran una vida más confortable.
Todas esas cosas pasaban por su mente mientras caminaba y dejaba atrás otra parada más. Ya no tenía apuro, algo parecía enlentecer sus pasos a medida que avanzaba y su rostro se distendía. Pensó en las endorfinas y los beneficios de la actividad física, ya hacía dos años que no iba a jugar al fútbol con los muchachos. Casi sin darse cuenta había empezado a sonreír…

viernes, 25 de febrero de 2011

Demasiado

El Despecho y la Venganza decidieron reunirse ese día muy temprano. Unas horas sin trabajar para dedicarlo a organizarse no afectaría para nada el funcionamiento del mundo.

Hacía tiempo que se consideraban socios. A pesar de que nunca habían trabajado juntos, ni siquiera se habían hablado. Cuando el Despecho se marchaba, luego de realizar su labor, casi siempre llegaba la Venganza para terminar la tarea. Tácitamente eran socios. Cada uno recogía las ganancias que le tocaban y simplemente se cruzaban y se miraban de reojo cuando uno se marchaba a la llegada del otro.

Pero ese día, el Despecho se dio cuenta de que no tenía más lugar para guardar todo lo que durante siglos había acumulado, y decidió que la Venganza, que poseía más o menos la misma clase de bienes, podía ayudarle a  reorganizar, hasta quizá correspondía que se llevara algo ella…

Decidieron un lugar común en el valle de la Desolación para llevar todas las cosas y ver cómo sería el reparto. Eran tantas y tan pesadas que necesitaron de la ayuda de los Malos Recuerdos que siempre estaban a su servicio, para transportar todo.

Y ahí estaban: toneladas de dolores de cabeza y gritos; millones de insultos y reproches; barriles llenos de lágrimas de hombres y mujeres, sin clasificar porque en definitiva eran exactamente iguales. Un cúmulo gris de malos humores, una montaña de miradas endurecidas y más allá emociones retorcidas y en permanente ebullición que parecían enroscarse y girar. Todo ahí, a la vista y despidiendo un olor ácido y denso.

Cuando el Despecho y la Venganza vieron que sus ganancias eran similares y abundantes se miraron y empezaron a pensar dónde ponerlas. Primero quisieron dividirlas en partes iguales y cada uno decidiera sobre lo suyo. Se dieron cuenta que igualmente ninguno tenía dónde poner tanto y que les quedara espacio para más. Pasaron horas y horas ideando, moviendo, repartiendo, y reacomodando y volvían a encontrarse frente al mismo desorden.

Cuando anocheció, y quizá por el cansancio y la resignación,  decidieron que era hora de acudir al Perdón, en definitiva era el único en todo ese territorio que había descubierto como hacer funcionar una planta recicladora.

miércoles, 23 de febrero de 2011

Vértigo

No quiero abrir los ojos… no me atrevo. Siento mi cuerpo dolorido, mis puños cerrados y los brazos tensos y extendidos. No quiero abrir los ojos… Empiezo a recuperar la conciencia y sin embargo prefiero que no suceda pronto.
Todavía tengo esa sensación de mareo y el recuerdo intacto de la caída. Sin mover ni un músculo para no sentir más dolor, me resisto a abrir los ojos… tengo miedo.
No entiendo cómo todo pasó tan rápido y sin embargo parecía interminable.  Aún percibo el viento en mis oídos, y veo de reojo las imágenes de ventanas y ramas pasando a mi lado como en una carrera velocísima… No entiendo cómo recuerdo el instante del golpe y me parece tan inmediato y a la vez lejano en el tiempo…
Tiemblo… sé que mis músculos siguen contraídos y pienso qué partes de mi cuerpo estarán dañadas, siento mi cabeza y mi nuca mojadas… No quiero abrir los ojos… tengo miedo.
Siento voces lejanas, el auxilio está próximo! Se acercan, son más fuertes: “Mirá cómo estás!, tranquilízate por favor…. Qué diablos estuviste soñando?!”

jueves, 17 de febrero de 2011

La Casa (Analogía de la Infidelidad)

Mi casa es un poco pequeña, tiene varios años, problemas de humedad y muchas fisuras que cada tanto tengo que arreglar. Me empeño en mantener el jardín siempre verde y con flores de estación para que tenga una apariencia más agradable. Barnizo una puerta, sus ventanas, mantengo limpio el frente. Pero el sol que da de lleno desgasta rápidamente todo el barniz y el viento pronto deja hojarasca por todos lados.

Un día caminando descubro en la vereda del frente otra casa, no se cómo no la vi antes, o mejor dicho no me fijé bien en ella. Es más grande, sus ventanales inmensos dan la impresión de ser cálida y aireada  e imagino que adentro el aire huele mejor. Su jardín es impecable, tiene plantas originales, y un sin fin de rincones en los que me gustaría sentarme a leer. Deduzco que sus dueños deben disfrutarla mucho, sus muebles serán bonitos y en la cocina todo debe lucir luminoso y limpio. No alcanzo a ver nada que no esté en su lugar y la apariencia general de orden y bienestar me provoca ganas de entrar en esa casa y quedarme horas allí.

Paso a diario por la vereda para ver cómo luce, sentir el perfume de sus flores y luego regreso a la mía. Al principio con nueva energía trato de hacer los arreglos que dejé postergados, pinto, vuelvo a barnizar, pero indefectiblemente mi casa sigue llena de fisuras que se multiplican más rápido de lo que puedo arreglar, y voy perdiendo el entusiasmo por las reparaciones.

Un día, el jardinero de la casa del frente me ve admirando unos rosales y me dice “pase, quiere verlos de cerca, no se preocupe que nadie le va a reclamar, el dueño ni siquiera está”. Y entro, y miro, y me acerco a la puerta principal, pero no paso de allí, el permiso es sólo para ver el jardín. Definitivamente, esa es la casa que me gustaría tener.

Los meses pasan, ya casi no tengo ganas de hacer arreglos en mi casa, me gusta más contemplar aquella que desde el frente me resulta tanto más agradable.

Otro día, el jardinero que me ve tan interesada me hace pasar al jardín de atrás,  con el mismo aspecto alegre pero mas grande que el del frente. Y me quedo un rato mirando, disfrutando por un momento aquel paraíso como si fuera mío. Empiezo a sentir afecto por las cosas que esa casa encierra: ese banco bajo el árbol, los caminitos de piedra, sus paredes firmes, sus ventanales amplios y luminosos. Todo me llena de paz y alegría. El jardinero que me está mirando me interrumpe “señora, disculpe, ya va a llegar el dueño y no creo que le guste que haga entrar visitas sin su permiso”  - Tiene razón, es mejor que me retire. Y muchas gracias.

Vuelvo a mi casita, cierro la puerta,  me siento en mi sillón, acomodo los almohadones y tomo un libro, suspiro, es mi casa, y sé que soy dueña de este lugar, aunque me cueste seguir haciendo arreglos, nadie puede decirme que estoy donde no debo.



lunes, 14 de febrero de 2011

Sin decirte adiós

Un día el viento, cansado de ir de un lado a otro. Decidió buscar un lugar donde pudiera detenerse y sentir por un momento la quietud. Pensó que eso le daría la paz que necesitaba desde hacía mucho tiempo.

Encontró una montaña, y se regocijó al ver que tanta firmeza era capaz de contenerlo y frenarlo. Y se quedó allí, sintiendo que cada segundo era único. Aunque toda su fuerza arremetiera contra esa formación de rocas, ésta soportaba sus embates y se mantenía firme. No notó siquiera que empezaba a erosionarse. No reconoció tampoco que esa montaña no era única. Simplemente disfrutaba de chocar una y otra vez contra la montaña.

Pero un día, cuando las laderas se habían vuelto más resbaladizas, y algunos deshielos de la cumbre lavaron las piedrecillas brillantes que al viento le gustaba desparramar, entonces el viento se cansó. Su aburrimiento fue tanto que ni siquiera le dejó un adiós y se marchó para siempre.

A la montaña le quedaron huellas del tiempo que compartió con el viento. Las marcas en sus costados se hicieron más profundas con el tiempo, se le formaron grietas y por ellas el agua de los deshielos corría como ríos de lágrimas. De lágrimas de un adiós que no pudo escuchar.

viernes, 11 de febrero de 2011

Vicios

Hoy pensé en dejarte… Y no es la primera vez que esta idea cruza por mi mente.

Y es que a pesar de tantos años aún sigo sintiendo por momentos el daño que me hacés.  Nunca quise hacer caso a los que, con cariño, y a veces con impaciencia, me dicen que piense bien lo que hago con vos. Pero hoy… hoy estoy pensando por mí misma, ya no tiene que ver con los comentarios de los demás, ni con ese planteo de qué es lo mejor. Simplemente me convencí de que no sos para mí. Me hacés mal.

Te miro… Estás ahí como siempre, con ese aspecto tan inocente, sereno y hasta casi imperceptible… Pareciera que sos conciente de que me hacés falta, que nada de lo que diga puede cambiar el hecho de que esté siempre buscándote. Y no te movés… te miro de nuevo. Camino hacia la ventana y veo la lluvia afuera. Momentos que compartidos con vos siempre son más agradables.

Tantos años! Tantos!! Me acuerdo que te conocí en aquella fiesta en casa de mi prima. Y desde entonces no pude dejarte. Estuviste ahí en las buenas y en las malas. En los festejos, en las soledades, calmando mis nervios en cada examen… Pero, no debo seguir, hoy… pienso en dejarte.

Me acerco despacio, te sigo mirando, te acaricio suave y cierro mis ojos mientras suspiro. Tomo el encendedor, te acerco a mi boca. Hoy no… quizá mañana deje de fumar.

jueves, 10 de febrero de 2011

Cazadora de momentos.

Se mueve el mundo…. A veces en torbellinos frenéticos, otras ondulando acompasado como brisa suave… se mueve.
Hay una mezcla de olores  y sonidos  acompañando brillos, luces y formas… el mundo, así como lo vemos, como lo sentimos, como lo recordamos.
Pero hay quienes poseen una retina que penetra el detalle de las cosas,  percibe en la flor todo su perfume con sólo ver el color. Ve en los gestos de la gente el sentir de sus corazones. Encuentra en el horizonte el punto justo que despierta la sorpresa y la gratitud por la vida.
Y entonces… con todo el uso de su talento, con el alma puesta en un objetivo y con la habilidad natural de sus manos, mente y corazón; es entonces cuando dirige su cámara y presiona ese botón que dejará atrapado para siempre el instante percibido. Y congelará el momento en una foto… una imagen quieta y trascendente de una porción de mundo. Para el deleite, el recuerdo y el placer de quienes compartimos su mirada.

Dedicada a Estela Martínez

miércoles, 9 de febrero de 2011

Confianza


Hoy te abro las puertas de mi vida. Entra tranquilo, no hay nadie que interrumpa tu paso. Lo que ves es lo que tengo, encontrarás cosas viejas, otras nuevas; algunas gastadas y otras que se mantienen intactas.

El recorrido es simple y te guiaré para que no sea largo. Te contaré por qué esa sonrisa se mantiene y crece por momentos. Por qué aquella lágrima quedó cristalizada sobre una mesita de recuerdos. No tropieces con mis dudas, trato de dejarlas a un lado para que el camino esté despejado, pero siempre alguna se me escapa y se cruza de nuevo.

Aquí están mis malos humores, en una caja gris y con el cartel de "reciclar", en aquella las razones de mis risas, brillando siempre y moviéndose con esa luz tornasolada.

En ese rinconcito están mis recuerdos frágiles, aquellos que disfruté con la inocencia de las primeras veces: un beso, una mirada una entrega por amor.

Verás también que entre todas las cosas se mezclan mis debilidades. Las puedes ignorar, o puedes ayudarme a superarlas, o quizá hasta aprovechar alguna, tú decides.

Revisa lo que quieras, pregunta, te explicaré todo lo que yo entienda y luego puedes quedarte, compartir, disfrutar; o simplemente marcharte, sin excusas, sin permisos.

La única condición es que no te lleves nada.