jueves, 17 de marzo de 2011

Rutina (Última Parte)

Miguel metió la mano en el bolsillo del saco para sacar el celular y ver la hora; de pronto sintió la tarjeta que había guardado el día anterior… “Uyyy, el cumple de Mónica!!! Y yo me tenía que encargar de comprar las flores!!!” Cuando había que agasajar a alguien en la oficina, él era el encargado de llevar las flores y ponerlas en el escritorio, “vos siempre llegás primero que ninguno…”
Apuró la marcha hacia la plaza, el puesto de flores de ahí abría temprano y seguro hay taxis cerca. Mientras caminaba sacó la billetera para preparar el dinero y demorar menos y al levantar la vista vio a unos metros a una mujer con equipo deportivo, hermoso cabello ondulado atado en una cola de caballo, un lindo cuerpo algo disimulado por la amplitud de la campera y una sonrisa brillante… Por un instante sintió como si no respirara… le llamó la atención  la forma de caminar, ligera y alegre… el gesto distendido y la mirada penetrante, de pronto se encontró observando detalles de las manos en los bolsillos…, el pantalón algo ajustado… Y sabía que pasaría tan cerca de él que hasta podría sentir el perfume que usaba!
Leticia recordó que tenía un día lleno de “trámites extras” y apuró el paso para poder dar las cinco vueltas a la plaza que le mandó el doctor. Con las manos en los bolsillos, la mirada lejana… y allí estaba ese señor, no tenía nada particular, salvo esos ojos oscuros, esa sonrisa y ese ramo que estaba preparando la vendedora para entregarle… qué buen gusto! Dichosa la esposa que recibiría ese obsequio, y la tarjeta que sostenía en la otra mano… o quizá sean para la novia! No se lo ve con anillo… Y ese gesto optimista al saludar a la florista… “cuánto hace que no me regalan flores….”
Al cruzarse se miraron y la sonrisa mutua fue inevitable. No se habían visto jamás, sin embargo en los segundos que transcurrieron hasta el momento de pasar uno al lado del otro, se habían formado una imagen completa de cómo era cada uno.
El día siguió su marcha y con él las actividades de siempre… rutina…
Miguel en la oficina no podía dejar de pensar en esa mujer, “profesora de educación física seguro!”, tan simpática, enérgica,  alegre! Sobre todo alegre!” Por qué Paula no saldrá también a hacer algo de ejercicio? Siempre encerrada en casa o con sus amigas en alguna reunión…” “por eso debe ser que tiene tan poco sentido del humor… sonríe cada día menos…”
Leticia, cansada de las tareas de la mañana se sentó a tomar un té en la mesa de la cocina. Sentía ese vacío que no podía explicar y las lágrimas le corrían por las mejillas mientras trataba de pensar en “cosas positivas” y sólo le venían a la mente una seguidilla de tareas que hacer en casa y los programas de televisión que veía a diario. Por momentos imaginaba al “señor de la plaza” comprando flores y sonriendo con tanta simpatía. “Por qué Raúl no me regala flores  nunca? Encima siempre anda de malhumor y muy ocupado, ni siquiera para elegir una tarjeta bonita tiene tiempo…” En cambio se nota que “ese señor” es un romántico! Debe tener gestos así muy seguido, y esa sonrisa… se nota que está siempre de buen humor”.
Miguel regresa a casa con paso lento, el cansancio del día más el saber que habrá visitas, lo ponen de un humor tan gris como el de la mañana. Saca el celular, atiende la llamada: “Sí Paula, ya estoy llegando… no, no me olvidé de comprar el vino… ok, sí ya sé tu primo Raúl y su esposa, la que está deprimida… Y bue! No soy idiota!! Pero vengo cansado, tuve un día terrible y encima querés que me haga el contento? Sí… sí ya sé que no lo veíamos hace años a tu primo y sí… no te preocupes, que no soy ningún maleducado… Ya estoy llegando.”
“Hola amor! Miguel, te acordás de mi primo Raúl? Y  su esposa, Leticia”.

domingo, 6 de marzo de 2011

Rutina (Segunda parte)

La alarma aún no había sonado, pero Leticia llevaba ya quince minutos despierta. Con el brazo derecho bajo la cabeza, pensaba en las cosas que haría ese día. Trataba de no hacer ruido, ni moverse, para no molestar a Raúl que dormía profundamente a su lado.
Desde que habían llegado a esa ciudad dedicaba parte de la mañana a recorrer las calles cercanas caminando; iba conociendo los negocios de la zona, los kioscos alrededor de la escuela, algunas oficinas estatales… a su modo de ver, todo lo necesario para los trámites que hicieran falta… Ser organizada y planificar… eso le brindaba cierta seguridad en la vida.
Cuando al fin sonó la alarma se levantó despacio, se vistió y fue a poner el agua para el desayuno. Toda la familia entró en movimiento para partir a sus actividades: los chicos a la escuela, Raúl a su trabajo en la sucursal de un banco.
Apuro, poca charla… los desayunos en casa resultaban un torbellino de  “últimos preparativos”. Leticia se recogió el cabello, se puso las zapatillas que le quedaban más cómodas, buscó una campera (al menos ese día no llovería) y partió con los chicos a la escuela. Los despidió con un beso a cada uno. Sus dos “pequeños monstruitos”, como le gustaba decirles, se dieron vuelta y la saludaron con la mano antes de entrar, sabían que ella se quedaba allí mirándolos hasta que estaban junto a sus otros compañeros.
De allí el camino de siempre, aspirando hondo, se dirigió a la placita que quedaba cerca y apuró el paso para lograr una marcha enérgica que beneficiara sus pulmones y circulación. Cerraba un poco los ojos de vez en cuando para disfrutar con todos los sentidos el momento. El aroma de los árboles, el ruido de los vehículos y los chicos corriendo a clases, la humedad que aún se sentía en la atmósfera y que se pegaba a la piel como una jalea invisible…
El mundo le brindaba la tranquilidad y la felicidad con la que tanto soñó de adolescente, un esposo bueno, aunque los años lo habían convertido en un hombre poco conversador y a veces hasta aislado, unos hijos que le daban un motivo a cada comienzo del día, tranquilidad económica, amistades entrañables… Ella misma no entendía el por qué de esa tristeza que a veces le ensombrecía la mirada y la llevaba a sentir que algo le faltaba a su vida.

miércoles, 2 de marzo de 2011

Rutina (Primera Parte)

Miguel creía que ese día continuaría tal como había empezado. La alarma despertador del celular había sonado insistentemente, pero el sueño fue más fuerte y se despertó quince minutos después. El café a medio tomar quedó en la taza y terminó derramado sobre el mantel al empujarla con el  portafolios antes de salir.  Ya sabía que al volver escucharía las quejas de Paula sobre sus descuidos y “los desastres que hacés por atropellado”.
Un gesto de fastidio le hizo apretar las mandíbulas al comprobar que el colectivo venía lleno y no se detuvo en la parada dejando a muchos pasajeros a la espera del próximo.
En otro momento hubiese tomado un taxi, para llegar en horario. Pero ese día decidió caminar hasta la siguiente parada tratando de relajarse. El portafolios colgando de su mano izquierda, la camisa y la corbata pulcras y en exacta combinación con su saco. El “señor prolijidad” se resignó a llegar un poco tarde ese día. “A fin de cuentas siempre soy más que puntual y el trabajo está al día, Cómo si a los demás le importara….”
Miguel era el típico empleado público que pasaba el día en su escritorio con la computadora, una cantidad interminable de papeles y rodeado de otros empleados. A su edad madura había logrado algunas de las cosas que soñó conseguir en la vida: una familia, un departamento, un trabajo estable y la casi seguridad de una jubilación magra en unas décadas más. Tenía como todos el anhelo de que sus hijos “tuvieran mejor futuro”, que estudiaran y lograran una vida más confortable.
Todas esas cosas pasaban por su mente mientras caminaba y dejaba atrás otra parada más. Ya no tenía apuro, algo parecía enlentecer sus pasos a medida que avanzaba y su rostro se distendía. Pensó en las endorfinas y los beneficios de la actividad física, ya hacía dos años que no iba a jugar al fútbol con los muchachos. Casi sin darse cuenta había empezado a sonreír…