viernes, 25 de febrero de 2011

Demasiado

El Despecho y la Venganza decidieron reunirse ese día muy temprano. Unas horas sin trabajar para dedicarlo a organizarse no afectaría para nada el funcionamiento del mundo.

Hacía tiempo que se consideraban socios. A pesar de que nunca habían trabajado juntos, ni siquiera se habían hablado. Cuando el Despecho se marchaba, luego de realizar su labor, casi siempre llegaba la Venganza para terminar la tarea. Tácitamente eran socios. Cada uno recogía las ganancias que le tocaban y simplemente se cruzaban y se miraban de reojo cuando uno se marchaba a la llegada del otro.

Pero ese día, el Despecho se dio cuenta de que no tenía más lugar para guardar todo lo que durante siglos había acumulado, y decidió que la Venganza, que poseía más o menos la misma clase de bienes, podía ayudarle a  reorganizar, hasta quizá correspondía que se llevara algo ella…

Decidieron un lugar común en el valle de la Desolación para llevar todas las cosas y ver cómo sería el reparto. Eran tantas y tan pesadas que necesitaron de la ayuda de los Malos Recuerdos que siempre estaban a su servicio, para transportar todo.

Y ahí estaban: toneladas de dolores de cabeza y gritos; millones de insultos y reproches; barriles llenos de lágrimas de hombres y mujeres, sin clasificar porque en definitiva eran exactamente iguales. Un cúmulo gris de malos humores, una montaña de miradas endurecidas y más allá emociones retorcidas y en permanente ebullición que parecían enroscarse y girar. Todo ahí, a la vista y despidiendo un olor ácido y denso.

Cuando el Despecho y la Venganza vieron que sus ganancias eran similares y abundantes se miraron y empezaron a pensar dónde ponerlas. Primero quisieron dividirlas en partes iguales y cada uno decidiera sobre lo suyo. Se dieron cuenta que igualmente ninguno tenía dónde poner tanto y que les quedara espacio para más. Pasaron horas y horas ideando, moviendo, repartiendo, y reacomodando y volvían a encontrarse frente al mismo desorden.

Cuando anocheció, y quizá por el cansancio y la resignación,  decidieron que era hora de acudir al Perdón, en definitiva era el único en todo ese territorio que había descubierto como hacer funcionar una planta recicladora.

miércoles, 23 de febrero de 2011

Vértigo

No quiero abrir los ojos… no me atrevo. Siento mi cuerpo dolorido, mis puños cerrados y los brazos tensos y extendidos. No quiero abrir los ojos… Empiezo a recuperar la conciencia y sin embargo prefiero que no suceda pronto.
Todavía tengo esa sensación de mareo y el recuerdo intacto de la caída. Sin mover ni un músculo para no sentir más dolor, me resisto a abrir los ojos… tengo miedo.
No entiendo cómo todo pasó tan rápido y sin embargo parecía interminable.  Aún percibo el viento en mis oídos, y veo de reojo las imágenes de ventanas y ramas pasando a mi lado como en una carrera velocísima… No entiendo cómo recuerdo el instante del golpe y me parece tan inmediato y a la vez lejano en el tiempo…
Tiemblo… sé que mis músculos siguen contraídos y pienso qué partes de mi cuerpo estarán dañadas, siento mi cabeza y mi nuca mojadas… No quiero abrir los ojos… tengo miedo.
Siento voces lejanas, el auxilio está próximo! Se acercan, son más fuertes: “Mirá cómo estás!, tranquilízate por favor…. Qué diablos estuviste soñando?!”

jueves, 17 de febrero de 2011

La Casa (Analogía de la Infidelidad)

Mi casa es un poco pequeña, tiene varios años, problemas de humedad y muchas fisuras que cada tanto tengo que arreglar. Me empeño en mantener el jardín siempre verde y con flores de estación para que tenga una apariencia más agradable. Barnizo una puerta, sus ventanas, mantengo limpio el frente. Pero el sol que da de lleno desgasta rápidamente todo el barniz y el viento pronto deja hojarasca por todos lados.

Un día caminando descubro en la vereda del frente otra casa, no se cómo no la vi antes, o mejor dicho no me fijé bien en ella. Es más grande, sus ventanales inmensos dan la impresión de ser cálida y aireada  e imagino que adentro el aire huele mejor. Su jardín es impecable, tiene plantas originales, y un sin fin de rincones en los que me gustaría sentarme a leer. Deduzco que sus dueños deben disfrutarla mucho, sus muebles serán bonitos y en la cocina todo debe lucir luminoso y limpio. No alcanzo a ver nada que no esté en su lugar y la apariencia general de orden y bienestar me provoca ganas de entrar en esa casa y quedarme horas allí.

Paso a diario por la vereda para ver cómo luce, sentir el perfume de sus flores y luego regreso a la mía. Al principio con nueva energía trato de hacer los arreglos que dejé postergados, pinto, vuelvo a barnizar, pero indefectiblemente mi casa sigue llena de fisuras que se multiplican más rápido de lo que puedo arreglar, y voy perdiendo el entusiasmo por las reparaciones.

Un día, el jardinero de la casa del frente me ve admirando unos rosales y me dice “pase, quiere verlos de cerca, no se preocupe que nadie le va a reclamar, el dueño ni siquiera está”. Y entro, y miro, y me acerco a la puerta principal, pero no paso de allí, el permiso es sólo para ver el jardín. Definitivamente, esa es la casa que me gustaría tener.

Los meses pasan, ya casi no tengo ganas de hacer arreglos en mi casa, me gusta más contemplar aquella que desde el frente me resulta tanto más agradable.

Otro día, el jardinero que me ve tan interesada me hace pasar al jardín de atrás,  con el mismo aspecto alegre pero mas grande que el del frente. Y me quedo un rato mirando, disfrutando por un momento aquel paraíso como si fuera mío. Empiezo a sentir afecto por las cosas que esa casa encierra: ese banco bajo el árbol, los caminitos de piedra, sus paredes firmes, sus ventanales amplios y luminosos. Todo me llena de paz y alegría. El jardinero que me está mirando me interrumpe “señora, disculpe, ya va a llegar el dueño y no creo que le guste que haga entrar visitas sin su permiso”  - Tiene razón, es mejor que me retire. Y muchas gracias.

Vuelvo a mi casita, cierro la puerta,  me siento en mi sillón, acomodo los almohadones y tomo un libro, suspiro, es mi casa, y sé que soy dueña de este lugar, aunque me cueste seguir haciendo arreglos, nadie puede decirme que estoy donde no debo.



lunes, 14 de febrero de 2011

Sin decirte adiós

Un día el viento, cansado de ir de un lado a otro. Decidió buscar un lugar donde pudiera detenerse y sentir por un momento la quietud. Pensó que eso le daría la paz que necesitaba desde hacía mucho tiempo.

Encontró una montaña, y se regocijó al ver que tanta firmeza era capaz de contenerlo y frenarlo. Y se quedó allí, sintiendo que cada segundo era único. Aunque toda su fuerza arremetiera contra esa formación de rocas, ésta soportaba sus embates y se mantenía firme. No notó siquiera que empezaba a erosionarse. No reconoció tampoco que esa montaña no era única. Simplemente disfrutaba de chocar una y otra vez contra la montaña.

Pero un día, cuando las laderas se habían vuelto más resbaladizas, y algunos deshielos de la cumbre lavaron las piedrecillas brillantes que al viento le gustaba desparramar, entonces el viento se cansó. Su aburrimiento fue tanto que ni siquiera le dejó un adiós y se marchó para siempre.

A la montaña le quedaron huellas del tiempo que compartió con el viento. Las marcas en sus costados se hicieron más profundas con el tiempo, se le formaron grietas y por ellas el agua de los deshielos corría como ríos de lágrimas. De lágrimas de un adiós que no pudo escuchar.

viernes, 11 de febrero de 2011

Vicios

Hoy pensé en dejarte… Y no es la primera vez que esta idea cruza por mi mente.

Y es que a pesar de tantos años aún sigo sintiendo por momentos el daño que me hacés.  Nunca quise hacer caso a los que, con cariño, y a veces con impaciencia, me dicen que piense bien lo que hago con vos. Pero hoy… hoy estoy pensando por mí misma, ya no tiene que ver con los comentarios de los demás, ni con ese planteo de qué es lo mejor. Simplemente me convencí de que no sos para mí. Me hacés mal.

Te miro… Estás ahí como siempre, con ese aspecto tan inocente, sereno y hasta casi imperceptible… Pareciera que sos conciente de que me hacés falta, que nada de lo que diga puede cambiar el hecho de que esté siempre buscándote. Y no te movés… te miro de nuevo. Camino hacia la ventana y veo la lluvia afuera. Momentos que compartidos con vos siempre son más agradables.

Tantos años! Tantos!! Me acuerdo que te conocí en aquella fiesta en casa de mi prima. Y desde entonces no pude dejarte. Estuviste ahí en las buenas y en las malas. En los festejos, en las soledades, calmando mis nervios en cada examen… Pero, no debo seguir, hoy… pienso en dejarte.

Me acerco despacio, te sigo mirando, te acaricio suave y cierro mis ojos mientras suspiro. Tomo el encendedor, te acerco a mi boca. Hoy no… quizá mañana deje de fumar.

jueves, 10 de febrero de 2011

Cazadora de momentos.

Se mueve el mundo…. A veces en torbellinos frenéticos, otras ondulando acompasado como brisa suave… se mueve.
Hay una mezcla de olores  y sonidos  acompañando brillos, luces y formas… el mundo, así como lo vemos, como lo sentimos, como lo recordamos.
Pero hay quienes poseen una retina que penetra el detalle de las cosas,  percibe en la flor todo su perfume con sólo ver el color. Ve en los gestos de la gente el sentir de sus corazones. Encuentra en el horizonte el punto justo que despierta la sorpresa y la gratitud por la vida.
Y entonces… con todo el uso de su talento, con el alma puesta en un objetivo y con la habilidad natural de sus manos, mente y corazón; es entonces cuando dirige su cámara y presiona ese botón que dejará atrapado para siempre el instante percibido. Y congelará el momento en una foto… una imagen quieta y trascendente de una porción de mundo. Para el deleite, el recuerdo y el placer de quienes compartimos su mirada.

Dedicada a Estela Martínez

miércoles, 9 de febrero de 2011

Confianza


Hoy te abro las puertas de mi vida. Entra tranquilo, no hay nadie que interrumpa tu paso. Lo que ves es lo que tengo, encontrarás cosas viejas, otras nuevas; algunas gastadas y otras que se mantienen intactas.

El recorrido es simple y te guiaré para que no sea largo. Te contaré por qué esa sonrisa se mantiene y crece por momentos. Por qué aquella lágrima quedó cristalizada sobre una mesita de recuerdos. No tropieces con mis dudas, trato de dejarlas a un lado para que el camino esté despejado, pero siempre alguna se me escapa y se cruza de nuevo.

Aquí están mis malos humores, en una caja gris y con el cartel de "reciclar", en aquella las razones de mis risas, brillando siempre y moviéndose con esa luz tornasolada.

En ese rinconcito están mis recuerdos frágiles, aquellos que disfruté con la inocencia de las primeras veces: un beso, una mirada una entrega por amor.

Verás también que entre todas las cosas se mezclan mis debilidades. Las puedes ignorar, o puedes ayudarme a superarlas, o quizá hasta aprovechar alguna, tú decides.

Revisa lo que quieras, pregunta, te explicaré todo lo que yo entienda y luego puedes quedarte, compartir, disfrutar; o simplemente marcharte, sin excusas, sin permisos.

La única condición es que no te lleves nada.